Desarrollar la capacidad de permanecer presentes mientras tocamos, estudio tras estudio, ensayo tras ensayo, nota tras nota

Introducción

Tocar una obra musical es, en muchos sentidos, un ejercicio de presencia. No solo se trata de mover los dedos en el orden correcto, ni de recordar lo que viene después. También —y sobre todo— se trata de estar ahí: en el sonido, en el momento, en el flujo invisible que une una nota con la siguiente.

Pero sostener la atención minuto a minuto no es fácil. A veces tocamos con el cuerpo presente pero la mente lejos: pensando en lo que viene después, en si va a salir bien, en si alguien nos está escuchando, o incluso en lo que tenemos que hacer después de estudiar. Otras veces, empezamos concentrados y nos vamos yendo sin darnos cuenta, como si la obra continuara sola mientras nuestra mente se disocia, flota, se escapa.

Este texto es una invitación a entrenar la atención sostenida como parte integral del estudio musical. A aprender a cuidar ese hilo sutil que nos mantiene conectados con lo que tocamos, segundo a segundo. No como una obligación tensa, sino como una forma de entrar más profundamente en la música.

¿Qué es la atención sostenida?

Desde la psicología cognitiva, se llama atención sostenida a la capacidad de mantener el foco en un estímulo durante un período prolongado de tiempo. Es una función ejecutiva que nos permite no solo comenzar una tarea, sino permanecer mentalmente involucrados en ella incluso cuando se vuelve repetitiva, difícil o prolongada.

En el estudio musical, esto se traduce en algo muy concreto: poder estar presentes en lo que estamos tocando, sin desconectarnos ni mental ni emocionalmente del proceso. No solo al principio de la obra, no solo en los fragmentos que nos gustan o nos salen bien, sino en cada compás, incluso cuando estamos practicando pasajes complejos, tediosos o técnicos.

Lo que nos interrumpe: distracciones internas y externas

La atención no se pierde de golpe. Se erosiona. Se dispersa en pequeños desvíos, muchos de los cuales son casi invisibles.

Distracciones externas: ruidos, notificaciones, interrupciones físicas. Una silla incómoda. Un celular cerca. Alguien que pasa. El entorno influye.

Distracciones internas: pensamientos, juicios, expectativas. “Esto no me sale”. “Nunca voy a poder tocarlo entero”. “Ya lo hice muchas veces, qué aburrido”. A veces el enemigo más fuerte no está afuera, sino adentro.

Cuando no tomamos conciencia de estas interrupciones, nos habituamos a estudiar con una atención fragmentada. Tocar de forma automática. Memorizar sin registrar. Ejecutar sin habitar. Y eso, con el tiempo, genera un tipo de desconexión que ni la técnica ni la velocidad pueden compensar.

Sostener la atención como una práctica (no como un estado ideal)

Uno de los errores más comunes es creer que la atención sostenida es un “estado ideal” que deberíamos alcanzar por completo cada vez que nos sentamos a estudiar. Como si fuera un modo perfecto de estar, sin distracciones ni errores.

Pero no es así. La atención sostenida es una práctica. Un ejercicio de volver. Una y otra vez. Como respirar. Como orar. Como tocar. La clave no está en evitar todas las distracciones, sino en darse cuenta cuando la mente se fue… y volver.

Volver al sonido. Al cuerpo. A la partitura. A la respiración. A la sensación física de los dedos tocando el teclado o las cuerdas. Volver sin enojo, sin frustración, sin exigencia. Volver con amabilidad, como quien toma de nuevo un hilo que se soltó.

¿Cómo se entrena la atención sostenida?

Aquí no hay fórmulas mágicas, pero sí prácticas concretas que podés incorporar en tu estudio cotidiano. Algunas herramientas útiles:

1. Practicar con fragmentos cortos y conciencia plena

Dividir una obra en pequeñas secciones y estudiar cada una con atención total, aunque sea por 30 segundos. Hacerlo como si fuera la primera vez que tocás ese pasaje. Estar completamente ahí. Sin apuro por pasar al siguiente.

“Voy a tocar estos cuatro compases como si fueran un universo en sí mismos.”

2. Usar el cuerpo como ancla

La atención no vive solo en la mente: también se ancla en el cuerpo. Sentir el peso del brazo. La respiración. El contacto con el instrumento. Todo eso ayuda a volver al presente.

Antes de comenzar a tocar, tomate 10 segundos para simplemente estar en silencio, respirando, sintiendo el instrumento. Eso también es estudio.

3. Detectar los momentos en los que te vas

Conocerte. Observarte. ¿En qué partes de la obra perdés el foco más fácilmente? ¿En qué pasajes aparece el piloto automático? Identificarlos es el primer paso para poder intervenir.

A veces no es todo el estudio el que está desconectado, sino ciertos momentos repetitivos o difíciles. No los saltees: entrá en ellos con más presencia.

4. Usar estrategias de atención activa

Hacer preguntas mientras tocás: ¿qué función cumple esta nota?, ¿cómo suena esta progresión?, ¿cómo quiero frasear esta línea? Convertir el estudio en un diálogo, no en una mera ejecución.

La atención se fortalece cuando el pensamiento está comprometido con lo que suena, no cuando se vuelve espectador pasivo de sus propios movimientos.

5. Incluir pausas para revisar tu estado mental

Cada tanto, hacé una pausa y preguntate: ¿sigo presente? ¿Dónde está mi mente ahora? ¿Estoy conectado o en piloto automático? Esa pequeña pregunta puede cambiar el rumbo de tu práctica.

No se trata de tocar más tiempo, sino de estar más presentes en el tiempo que tocamos.

La atención como parte del arte, no solo del estudio

Sostener la atención no es solo una habilidad técnica o cognitiva. Es también una cualidad artística y espiritual. La música requiere que estemos ahí, escuchando de verdad, encarnando lo que tocamos. No basta con “pasar las notas”: tenemos que habitarlas.

Cuando estás presente en la obra, la música se vuelve más vívida. Las frases tienen intención. Las dinámicas tienen sentido. La interpretación se vuelve real, incluso si es en una sala de ensayo sin público. Porque el primer oyente sos vos.

Y ese vínculo es irremplazable.

Cierre

Mantener la atención en la obra minuto a minuto no es un don reservado a unos pocos, ni un ideal inalcanzable. Es un músculo que se entrena. Una práctica cotidiana. Una forma de estar con la música, no solo frente a ella.

Puede que la mente se disperse, y se va a dispersar. Lo importante es aprender a volver, una y otra vez. Con paciencia. Con presencia. Con amor.

Porque en ese volver, también volvés a vos. Y entonces, en medio de una frase, de un acorde, de un silencio sostenido, la música deja de ser solo un objeto para volverse un lugar. Un lugar donde estás. Donde realmente estás.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *