La práctica musical como camino de atención plena

Introducción
Tocar un instrumento puede ser una actividad mecánica, técnica, emocional o artística. Pero también puede ser —y quizás sobre todo— un acto de conciencia. Estar presente mientras tocamos no es solo un requisito para rendir mejor, sino una forma de habitar con plenitud el momento sonoro, de sentir cada gesto como algo vivo, cada nota como una elección real, cada silencio como un espacio compartido con uno mismo.
Este artículo propone una mirada profunda sobre el arte de estar presente al tocar, entendiendo la práctica musical como un campo fértil para el desarrollo de la atención consciente, no solo como herramienta funcional, sino como dimensión estética y existencial de la música.
Estar presente: más que no distraerse
A menudo, se habla de “estar presente” como lo opuesto a distraerse. Pero la presencia no es simplemente ausencia de distracción: es un estado activo, lúcido, receptivo. Es estar ahí con el cuerpo, con el oído, con la emoción, con el pensamiento, sin desbordarse hacia el futuro ni perderse en el pasado.
En ese sentido, estar presente es una práctica que involucra al ser completo, no solo a la mente atenta, sino también al cuerpo disponible, al corazón abierto, a los sentidos despiertos. Tocar como acto de conciencia es tocar con todo lo que somos.
¿Por qué es tan difícil estar presente al tocar?
Porque estamos entrenados —social y culturalmente— para hacer muchas cosas a la vez, para apurarnos, para producir resultados rápidos. Incluso en la música, muchas veces se nos pide rendir más que sentir. En ese marco, el presente se vuelve difuso, y tocar se transforma en una carrera hacia la perfección técnica, donde el momento real se disuelve en la ansiedad por lo que viene.
Volver a la presencia implica ir contra esa corriente, y eso requiere una decisión: la de no sólo tocar, sino también escuchar mientras tocamos, sentir mientras movemos, notar mientras suena.
El tocar como práctica de conciencia
Tocar como acto de conciencia no implica una técnica especial, sino una disposición interna. Algunas formas concretas de habitar el presente mientras tocamos son:
▸ Anclarse en la respiración
Mientras tocamos, podemos registrar cómo respiramos, sin forzar. Volver a la respiración es una manera sencilla de recuperar el presente sin exigir concentración, sino facilitándola.
▸ Sentir el cuerpo en movimiento
Observar el peso de las manos, el contacto con el teclado, el movimiento del torso, permite que el cuerpo se vuelva un ancla atencional. No solo tocamos con el cuerpo, sino desde el cuerpo, y su registro nos devuelve al ahora.
▸ Escuchar con totalidad
Estar presente también es escuchar lo que realmente suena, no lo que creemos que debería sonar. Escuchar no solo con juicio técnico, sino con apertura, sin anticipación, con disposición a sorprendernos.
▸ Aceptar el momento tal como es
La conciencia plena no juzga ni rechaza lo que sucede. Si algo sale mal, no es señal de fracaso, sino una oportunidad para volver al foco sin rigidez. Tocar desde la conciencia es también aceptar los errores como parte del flujo del momento.
La conciencia transforma el sentido de tocar
Cuando tocamos desde la conciencia plena, la experiencia cambia de naturaleza. Ya no se trata sólo de ejecutar correctamente una partitura o una progresión, sino de habitar cada sonido como algo irrepetible, de estar presentes en lo que ocurre mientras ocurre.
Este tipo de presencia no se alcanza por fuerza de voluntad, sino por la práctica diaria de la atención, por el deseo de estar más vivos en lo que hacemos, por la decisión de que la música no sea sólo un medio, sino también un lugar donde podemos ser.
Cierre: el arte de estar presentes
Estar presente al tocar es un arte, no una técnica. No se trata de una concentración rígida, sino de una apertura sensible, disponible y constante. Es un estado que se cultiva, que se pierde y se recupera, que no es lineal ni perfecto, pero que da profundidad a la experiencia musical y sentido al estudio cotidiano.
Porque cuando estamos verdaderamente presentes, no sólo tocamos mejor: también nos encontramos con nosotros mismos, con la música, con el instante, y esa es una de las formas más profundas de hacer arte y de vivir.