Reconocer lo que pasa por dentro para recuperar la presencia al tocar

Introducción

A veces no hace falta que haya ruido afuera para perder la concentración. Podés estar en una sala silenciosa, con todo a favor, y sin embargo sentir que algo te impide estar realmente presente. Aparece una voz interna que duda, que evalúa, que critica. Aparece la ansiedad por cómo va a salir. Aparece el miedo a equivocarse, o el deseo urgente de hacerlo perfecto.

Esas son las distracciones internas: pensamientos, emociones o sensaciones que no vienen de fuera, pero que nos alejan igual del momento musical. Son como pequeñas interferencias invisibles que desvían el foco, alteran el cuerpo, aceleran la mente.

Este artículo es una invitación a ponerle palabras a esas experiencias, no para rechazarlas, sino para reconocerlas. Porque solo cuando les damos lugar podemos transformar su efecto. Entender cómo funcionan estas distracciones internas es un paso clave para desarrollar una práctica musical más consciente, más saludable y más profunda.

¿Qué son las distracciones internas?

Las distracciones internas son contenidos mentales o emocionales que interrumpen el foco atencional, aunque no provengan de estímulos externos. Son parte natural de la vida psíquica: pensamientos, recuerdos, miedos, preocupaciones, ideas, proyecciones, inseguridades. Pero cuando se vuelven invasivos, pueden interferir profundamente en la calidad de nuestra atención al tocar.

Algunos ejemplos comunes:

No todas las distracciones internas son conscientes. A veces solo sentimos un malestar general, un apuro sin causa clara, una tensión sin motivo aparente. Pero si escuchamos con atención, casi siempre hay algún pensamiento —explícito o implícito— operando por detrás.

¿Cómo afectan la práctica musical?

La distracción interna no solo dispersa el foco mental. También altera el cuerpo, desequilibra la respiración, afecta la memoria y debilita el vínculo emocional con la música. Algunos efectos frecuentes:

En estos estados, no falta técnica: falta presencia. Y muchas veces lo que necesitamos no es estudiar más, sino parar un momento para volver a conectarnos con lo que sentimos.

¿Qué hacer cuando aparecen?

El primer paso es darse cuenta. Reconocer el momento en que uno se fue. Nombrar lo que está ocurriendo internamente. No desde el juicio, sino desde la observación.

Algunas estrategias posibles:

1. Pausar para escuchar

Cuando notes que algo se desorganiza, no sigas automáticamente. Parate unos segundos. Preguntate:
¿Qué estoy pensando?
¿Qué estoy sintiendo?
¿Qué me estoy diciendo a mí mismo?

Poner en palabras internas lo que ocurre puede ayudarte a bajar su intensidad.

2. Volver al cuerpo

El cuerpo es un ancla para la atención. Si los pensamientos te sacan, volvé a las sensaciones físicas:

Un pequeño escaneo corporal puede traer de vuelta la presencia.

3. Separar hechos de interpretaciones

No es lo mismo tocar una nota incorrecta (hecho) que pensar “soy un desastre” (interpretación). Aprender a distinguirlos permite que el error se convierta en información, no en castigo.

Podés practicar frases internas como:

4. Incluir la emoción sin identificarse

La ansiedad, la inseguridad o el miedo no son el enemigo. Son parte del camino. Pero no hace falta tomarlas como verdades absolutas. Podés decirte:
“Siento ansiedad, y aún así puedo tocar.”
“Tengo miedo, y aún así puedo seguir estudiando.”

Eso permite integrar la emoción sin que te domine.

La práctica como espacio de cuidado

Muchas veces, sin darnos cuenta, transformamos la práctica musical en un terreno de lucha interna: contra el error, contra uno mismo, contra las propias emociones. Pero no tiene por qué ser así.

La práctica puede convertirse en un espacio de cuidado emocional. Un momento para conocerte mejor, para escuchar lo que te pasa, para construir una relación más amable con tu proceso. No se trata de evitar las distracciones internas, sino de aprender a transitar con ellas de forma más consciente.

Cierre

Las distracciones internas no son fallas del sistema. Son señales de que hay algo dentro que necesita atención. Cuando les damos espacio, en lugar de resistirlas, podemos transformarlas en aliadas: nos muestran lo que sentimos, lo que tememos, lo que esperamos.

La presencia musical no se alcanza eliminando todos los pensamientos, sino desarrollando una relación más lúcida con ellos. Y eso se entrena. Día a día. Compás a compás. Como toda habilidad profunda.

Porque al final, tocar con atención no es solo una cuestión técnica: es una forma de estar con uno mismo. De volver, cada vez que sea necesario, al único lugar donde ocurre la música: el presente.

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