Crear espacio interno para que la música pueda surgir

Introducción

Antes de tocar una nota, ya estamos tocando. El modo en que llegamos al instrumento, el estado interno que cultivamos antes de iniciar una ejecución o práctica, influye directamente en la calidad de nuestra atención, en la conexión emocional con la música y en la disposición del cuerpo. En este sentido, el silencio mental previo al acto musical no es un lujo ni una superstición: es una necesidad funcional y expresiva.

Este artículo explora la importancia de generar un estado de silencio interno antes de tocar, entendiendo este silencio no como ausencia de pensamientos, sino como un espacio despejado, receptivo y disponible. Nos centraremos en la práctica de pequeños rituales de enfoque que pueden ser personalizados y adaptados, y que tienen el poder de preparar el terreno interno desde el cual la música puede desplegarse con claridad y profundidad.

El umbral invisible entre la vida cotidiana y el acto musical

Con frecuencia, llegamos al momento de tocar arrastrando pensamientos, tensiones, preocupaciones, demandas externas o internas. Sin un espacio de transición, la mente sigue ocupada en otros asuntos y el cuerpo aún no ha asumido su rol expresivo. La ejecución comienza, pero la atención aún no ha llegado.

Por eso, el momento anterior a tocar cumple una función liminar: es un umbral entre lo cotidiano y lo musical, entre la multiplicidad de estímulos externos e internos y la necesidad de unidad que reclama el hacer artístico.

¿Qué es el silencio mental?

No se trata de un silencio literal o absoluto —algo prácticamente inalcanzable para la mente humana—, sino de un estado de mayor presencia, quietud y apertura. Algunas de sus características son:

Este tipo de silencio permite que la atención se vuelva más estable y que la música surja con más organicidad, sin tener que “pelear” contra una mente acelerada o dispersa.

¿Por qué cultivar rituales de enfoque?

Un ritual de enfoque es un conjunto de acciones —formales o informales— que preparamos y repetimos con el fin de crear una atmósfera interna propicia para tocar. No se trata de supersticiones o manías, sino de acciones simbólicas que disponen la atención, calman la mente y enraízan el cuerpo.

Los rituales tienen el poder de:

La música nace mejor cuando encuentra un espacio interno que la espera.

Propuestas de rituales para el silencio mental

A continuación, presentamos algunas propuestas concretas. Lo importante no es seguirlas al pie de la letra, sino adaptarlas a cada persona y situación.

1. Respirar profundamente durante unos segundos

Tomar 3 a 5 respiraciones lentas y conscientes antes de apoyar las manos sobre el instrumento. Observar el aire entrar y salir, sin intentar modificarlo forzadamente, ya genera un descenso en la actividad mental.

2. Hacer una breve pausa en quietud

Cerrar los ojos durante algunos segundos, sentir el peso del cuerpo, percibir los sonidos del entorno. La pausa no es inactividad: es una acción de disponibilidad.

3. Establecer una intención

Antes de comenzar, formular en voz baja o internamente una intención clara, como:

Esto dirige la atención y da sentido al momento.

4. Contacto físico con el instrumento

Apoyar las manos suavemente sobre el teclado o las cuerdas, sin tocar aún. Sentir la textura, la temperatura, el peso. Este contacto consciente crea un puente entre el cuerpo y la sonoridad, incluso antes de emitir un solo sonido.

5. Repetir una frase musical corta sin tocarla

Imaginar internamente una frase que se va a tocar, escuchándola con detalle en la mente antes de que ocurra en el cuerpo. Esto afina la atención auditiva y fortalece la memoria sonora.

Cierre: tocar desde el silencio

El silencio mental antes de tocar no es una pérdida de tiempo ni un accesorio decorativo. Es una práctica de autoconexión, un ritual de presencia, un gesto de respeto hacia la música y hacia uno mismo. En la medida en que este espacio se vuelve habitual, no solo mejora la calidad de la ejecución: se transforma la relación que tenemos con el acto mismo de tocar.

Tocar desde el silencio es, en última instancia, una forma de decir: “estoy aquí, disponible, abierto, presente”. Y es desde ese lugar donde la música puede verdaderamente comenzar.

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